viernes, 26 de junio de 2015

Everybody gets hurt

Cuando el vocalista de “everybody gets hurt” decidió homenajear a su amigo empezó a caminar por el escenario, a mi modo de ver algo nervioso. En el hardcore hay un llamado constante al cariño y la solidaridad, algo que en ocasiones puede parecer contradictorio y cursi en medio de la violencia que se desata en las canciones y en los mosh pit. Pero ahí está, toda la agresión y la rabia que produce el saberse sin futuro, o mejor, el ver lo aplastante del futuro y lo alienante del presente. El señor vocalista seguía hablando, como hablan tantos en una escena muy difícil políticamente. Y hablaba de cariño, respeto y afecto como formas de enfrentarse a lo que existe cada día por fuera del mosh pit. Lo que el señor decía de su amigo, sin embargo, sonaba algo distinto, algo que se parecía a la rabia que se levanta en las protestas políticas cuando el pasado de muerte y represión reverbera con fuerza en una papa o en una molotov. “I do not want a minute of silence, but a minute of violence and aggression [...] to awake the death”, dijo el man mientras pasaban imágenes de quien se conmemoraba en ese momento. Una especie de afirmación de la vida en la idea motora de la violencia. La comunión en el mosh pit como energía vital, como forma de reafirmar los vínculos que existen entre vidas que conocen con certeza la precariedad y marginalidad de su existencia. El saber que se es poco más que impulsos nerviosos con los ojos apagados, ojos que solo se encienden en el mosh pit cuando irrumpe la pulsión de lo que se pudo ser. “Ni un minuto de silencio, toda una vida de combate”, decían (porque ahora suena más “toda una vida de memoria”) en las marchas como una forma de reafirmar la idea de que no importaba cuanta sangre recorriera las ciudades, la gente no iba a dejar de pelear. Eso es puro Hard Core. No dejar de pelear, a lo Hatebreed.

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